Capítulo III

03.08.2019

Subimos a la camioneta y nos dirigimos a la casa de tía Julia. Ella no es mi tía, pero todos le llamamos así de cariño, excepto Pablo, quien sí es su sobrino.

Tía Julia es generosa y súper buena onda; nos ha recibido por un mes cada verano desde que terminamos la enseñanza media. Su casa, más bien, una cabaña a orillas de Playa Negra, queda alejada de las buenas olas, por eso, todos los días vamos al centro y bajamos a Playa Blanca.

Ese año estuvimos casi todo el mes solos en la cabaña porque ella tenía un nuevo pololo y pasaba casi todos los días en casa de él.

Cuando llegamos había una nota que decía: "Mis niños, como se pueden dar cuenta, no estoy en casa, volveré el fin de semana (no sé qué día). Pásenlo bien y cuiden de la cabaña, recuerden que es como suya. Los quiere, tía Julia."

De inmediato me recosté en el sofá y junto a mí se sentó Coni, ambos esperábamos que Pablo y Elías desocuparan los baños. Dormité un rato y sentí como ella acariciaba mi cabello.

–Temo que compitas, no quiero que te pase algo como la vez pasada. No sabes cuánto sufrí durante tu estadía en el hospital, no sabía qué les diría a tus padres si empeorabas. Lamento tanto que no hayas podido recibir tu copa. Menos mal todo salió bien. Te quiero, Tomás.

–Yo igual te quiero, amiga –agregué.

Vi como su rostros se llenó de conformismo y dudé respecto a qué tipo de querer se refería. Por primera vez la imaginé como mi pareja y pensé que no era tan mala idea después de todo. Es más, concluí que ella era todo lo que alguien desearía tener. Olvidé a Angélica por un momento y deseé besar a Coni, me sentí atraído por ella. Cuando desperté de mi alucinación, estando a punto de besarla, grité estrepitosamente:

–¡Me gusta Angélica! –me puse de pie y proseguí, esta vez más calmado– Lo siento Coni, soy un estúpido.

Me dispuse a salir de la sala, Pablo justo salió del baño y me introduje rápidamente. Cerré la puerta, cubrí mi rostro con las manos; tenía una gran confusión e intensos sentimientos, me sentía, sobre todo, avergonzado. Luego de unos minutos, sin pensarlo, entré a la ducha y el agua tibia me relajó. Fue entonces cuando recordé que no traía toalla ni champú; por suerte, en el mueble encontré de todo.

–Gracias, tía Julia –pensé.


© 2020 por Estefanía Hernández Martínez. Todos los derechos reservados.
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