El Sofá

01.10.2020

Me senté en el sofá. Aquel día cuando llegué estaban todos en casa, mis padres, mi suegra, mi cuñado y mi hermana. Me pregunté cómo entraron si todavía no era tiempo de que Néstor pudiera recibirlos, él hasta ese momento debía estar en el trabajo.

Ester me tomó de las manos y me preparó, aunque con su gesto lo supe de inmediato. La mirada pérdida de mi suegra era otra evidencia de que había ocurrido aquello que planificamos pasara cuando fuéremos viejos. Pero como nuestros planes de nada valen, Néstor mi pareja, mi amor, mi compañero de vida, estaba muerto.

Las voces y los incentivos para que reaccionara sonaron lejanos como si ahora fuera parte de una dimensión paralela. Nada de lo que escuchaba ni de lo que actualmente quedaba en este mundo era suficiente estímulo para retornar.

Percibí ante mí, casi en su totalidad, los preparativos, las flores y los llantos, familiares y amigos que me susurraban y daban condolencias. Mas yo aún estaba perpleja consumida en mi asiento, quizá deambulé por los demás cuartos en esos días, pero la verdad es que el único lugar que recuerdo habité fue ese, el cálido sillón rojo que no solo sostenía mi cuerpo, sino también mi incuantificable tristeza.

En el momento en que el maestro de ceremonia anunció la última oportunidad para ver y despedirse de nuestro amado, aterricé como si de un hilo me jalaran, me paré y caminé hasta el cajón. Me sorprendió lo que vi, no era él, el difunto era yo. Entonces, y esta vez para siempre, me senté en el sofá. 

Por Estefanía Hernández 

© 2020 por Estefanía Hernández Martínez. Todos los derechos reservados.
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