Encrucijada
Ella caminaba al son de los timbales meneando la cadera a babor y estribor, en cuanto sus melodías se volvían más sinusoidales, sorprendía con acentos propios de quien tiene buena caligrafía.
No esperaba yo, ser el blanco de esa afrenta, pero en pausa lenta me incautó con su mirada, y se acercó tenaz con esa vivacidad inherente a quien se dedica al arte de la seducción.
Encausado en la dulzura de esa flauta, llegué hasta donde pocos dicen no. El contraste de mis convicciones iluminó el fondo de la habitación y me precipité. Cerré ese libro, intenté olvidar sus texturas para convencerme de haber decidido bien.
Al fuego de los faroles recordé que mi hábito bicolor está teñido por fechorías peores. Esa noche fueron otros perdones los que imploré.
Por Estefanía Hernández
