La Puerta

11.05.2020

Un hombre la seguía de cerca. Dos cortas cuadras se tornaron interminables mientras huía del persecutor. A su izquierda, los vehículos pasaban veloces; tanto, que no conseguía reconocer las patentes. A la derecha, podía distinguir casas de diferentes tonos opacos con la pintura resquebrajada. Los moradores asomados bajo los dinteles eran testigos de la persecución; fijos e inmóviles, miraban morbosos el espectáculo.

La muchacha no comprendía cómo el frío en la inmediatez resultaba invulnerable al calor enardecido expeliéndose de su cuerpo. Era la respiración agitada, por sobre los demás signos, lo que garantizaba una pronta rendición. Estaba exhausta, tal cual la presa a punto de claudicar ante el acecho del depredador.

Cuando creyó que iba a desmayarse debido también a la exaltación de sus emociones, divisó a alguien de aspecto entrañable haciéndole señas desde un caserón. Con ello, vislumbró un ápice de esperanza y dispuso su último aliento para aproximarse al frontis. El muro tenía pintado un envolvente paisaje florido con lindos ciervos pastando tiernos brotes; sus ojos marrones le recordaban a sí misma. En el umbral, el muchacho regordete de mejillas rojizas la hizo pasar y cerró con llave una vez estando adentro. "Qué oportuno encontrar esta pintoresca casona y a este gentil joven", pensó con alivio.

Cautivada por las paredes cálidas, aunque incómoda por el sudor, se desplazó a través del interminable y seductor pasillo; anonadada por su excelsitud, olvidó incluso decir gracias. Cuando se volteó para enmendar la falta, el lugar estaba despejado. Eso la inquietó, aun cuando seguramente el chico se hallaba en una de todas las habitaciones que se extendían a lo largo del magnífico e intrigante pasadizo. Retrocedió lo avanzado llamándolo, le gritó reiteradas veces, pero no consiguió respuesta alguna. "¿Qué está pasando?", se preguntó. En tanto, la recorrió un escalofrío y sus latidos volvieron a precipitarse; el miedo había vuelto.

Quiso regresar nuevamente a su hogar. Intentó destrabar el picaporte de la entrada, mas se encontraba cerrado. De inmediato soltó un llanto preguntándole a Dios: "¿por qué a mí?". Abrumada, se incorporó en busca de otra salida; entonces, apareció su perseguidor al final del corredor. Ahora sí estaba perdida; el hombre, que llevaba un sombrero alargado estilo top hat, se lanzó en su dirección. A la vez, ella entró en la pieza contigua pretendiendo encerrarse, pero la puerta, más angosta que su marco, pasó en banda hacia el otro lado.

Procuró en vano cerrarla varias veces, pese a todo no lo logró. No lo concebía; ¿Qué sentido podía tener una puerta que no cierra? Con certeza, atormentar a quienes pretendían aislarse en un atisbo de ilusión. Sin escapatoria, se metió bajo el único mueble en esa habitación; una cama.

Carente de escrúpulo, el perverso hombre se tomó su tiempo para llegar junto a ella. Mientras, la joven pudo sentir los muros ardiendo. El ambiente quemaba como si del infierno se tratara. Lloró frenéticamente hasta que de los pies la jalaron.

Despertó en una camilla de hospital; débil, pálida y aún sórdida de terror. A su alrededor había otros cuerpos inertes tapados con sábanas blancas; al igual que ella. Diversas suturas y un vacío al interior le hicieron saber que le faltaban unos cuantos órganos. Miró angustiosamente la puerta de la sala y esta calzaba a la perfección. Ese fue su consuelo antes de volver a cerrar los ojos.

Por Estefanía Hernández

© 2020 por Estefanía Hernández Martínez. Todos los derechos reservados.
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