Patricio y El Abrazo de Chile

02.05.2020

Patricio caminaba por Pío Nono hacia el sur, tuvo que bajar de la micro cuatro paradas antes de lo habitual, incluso cambió de bus en contadas ocasiones, dado que la mayoría de los recorridos estaban cortados. Conocía perfectamente el trayecto, pues acostumbraba a ir desde su casa en La Pincoya, hasta la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, donde estudiaba. Sin embargo, esta vez le costó mucho más llegar. 

Sumado a ello, su destino se prolongaba unas manzanas más lejos, ya que había acordado con su amiga, juntarse en la Plaza Dignidad. Ella no era dirigente estudiantil como él, mas si existía alguien que sabía de protestas y arrancar de la fuerza policial era ella. Compartían su idealismo y su pasión por la política, ambos eran jóvenes comprometidos con los deberes civiles, eso sí, cada cual a su manera.

A pesar de todo el esfuerzo que le tomaba el viaje, valía la pena absolutamente. Su ansiedad e inquietud habían aumentado en el contexto de la coyuntura que vivía el país y solo lograba aplacarlas saliendo a marchar, así al menos hacía algo concreto en pos de acabar con los abusos que tanto le desagradaban.

Esos últimos días había disfrutado como nunca el itinerario. Cuántas veces pasó por esas calles, luego de una larga jornada de estudio y ejercicio político, repudiando a la juventud habituada a embriagarse en los antros que caracterizan a ese barrio. Al pasar por ahí, le era imposible evitar pensar que si todos ellos se manifestaran generarían un cambio relevante, o al menos, cortarían el tránsito para molestar a la autoridad. Ahora, sus pensamientos eran un hecho, la mayoría de los locales estaban vacíos y algunos, simplemente cerrados, eso le hacía feliz.

Cientos y cientos de personas desbordaban la Alameda de las delicias. Allí donde según Violeta, limita el centro de la injusticia, miró su celular y notó que no tenía señal, comunicarse con su amiga sería imposible. La buscó vanamente en la multitud y cuando se resignó, ya había caminado unas cuantas cuadras con la marcha que tomó curso hacia el poniente.

Entre antorchas y variadas banderas, al compás de las batucadas y cacerolas, iba maravillado observando el gentío de todas las edades, múltiples organizaciones presentes, diferentes equipos de futbol impensadamente juntos, e, incontables pancartas que decían consignas como ¡Gobierno Asesino! o ¡NO Chile, la alegría no llegó!

Le sorprendió considerablemente que muchos replicaran las melodías que a él tanto le gustaban, cánticos que no eran famas extranjeras. Se sumó encantado varias veces a, El que no salta es paco, entonó con voz profunda gritos como ¡¿El Pueblo, el Pueblo, el Pueblo dónde está?! ¡El Pueblo está en la calle pidiendo dignidad! Y cuanto más avanzaba, más se sumaba a la catarsis colectiva.

Extasiado, sin darse cuenta, pasó el Cerro Huelén, su corazón latía en cadencia con los tambores, entonces la marcha se detuvo y frente a la Biblioteca Nacional, la muchedumbre comenzó a entonar, acompañados de muchas guitarras, el que se había convertido en el himno de la revuelta social.

Con los pelos irisados quiso sumarse al poeta Ho Chi Minh, mas no pudo cantar. Intentó unirse en cada frase, y aunque sabía la letra a la perfección, la enorme impresión que le producían las voces unidas entonando una de las mejores canciones de la historia, no lo permitió.

Las lágrimas nublaron su vista y en tanto el cañón no podía borrar el surco del arrozal, de pie a cabeza le recorría un frío que acababa al calor de los numerosos cuerpos junto a él. Trataba de ocultar sus sentimientos, pero la voz fuerte y sonora de los que tenían más entereza penetraba sus oídos estremeciendo todos los espacios de su ser, tornándola una tarea difícil. Pasó así la primera y segunda estrofa.

Cuando reventó la flor quedó al borde de flaquear, contuvo un poco más la conmoción llevando las manos a su cara. Resistió así la tercera, cuarta y quinta estrofa. Al concluir la canción, se apagaron las voces en medio de ovaciones, y al escucharse un desgarrador ¡Viva Chile mierda!, su nudo se destrabó. Desbordó el llanto no solo por sus ojos, sino igualmente, por su nariz. Ahora su emoción, estaba al fin, fuera de control.

Entre los aplausos que aún perduraban, una chica a su lado le ofreció papel para que se limpiara, notó en su mirada que la joven también había llorado, y como si la conociera, la abrazó y se derramó nuevamente, en esta oportunidad, sobre el hombro de la gentil muchacha, mientras ella le decía ­­­- ¡Llore compañero, llore, sin miedo, que Chile despertó!

En eso comienza otro canto, repetidas veces, y lo que fue un abrazo dual pasó a ser un formidable grupo que saltaba al ritmo del Pueblo unido jamás será vencido. Entonces su lloro se convirtió en risa y su pecho se alivió. Se respiraba convicción en el ambiente, el contacto de las pieles lo convencían de que todo era real y posible, pudo sentir a través de ellos la presencia de su camarada ausente, estaban unidos luchando por la anhelada transformación social.

Ese día se recuerda como la histórica marcha en que Chile se alzó en una misma causa. De norte a sur, en todas las ciudades, se concentró la gente remeciendo el statu quo, salieron desafiantes a buscar justicia social. Patricio y su amiga no fueron más que dos gotas que, separados, danzaron juntos al son del interminable y delgado río de lucha popular.

Por Estefanía Hernández

© 2020 por Estefanía Hernández Martínez. Todos los derechos reservados.
Creado con Webnode
¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar