Su Primer Control

31.03.2020
Recuerdo que llegamos corriendo a la consulta, perturbados por el caos de la ciudad; Transantiago, bolsos, coche, guagua.

-¿La sostienes tú? -pregunto- ¡no, yo soy más diestra! -me respondo a mí misma, a la vez que se la quito de las yemas.

Al sentarnos se escucha por altoparlantes, Francisca López, en tanto me paro diviso a la chica peruana con la que compartí sala de maternidad, a tres días ya ostentaba un semblante sereno, envidié su bonanza, su criatura reposaba plácida y la Fran no había soltado la teta ni para dormir.

Al cerrar la puerta, lo último que veo es a mi pololo complacido, supongo que por haber llegado a tiempo. En el interior, silencio absoluto. La doctora nos saludó, y comenzó a hablar mientras yo pensaba, ¿qué clase de habitación es esta? ¡quiero una! y encerrarme a descansar como koala... soñar con hojas de eucalipto, comerlas y ver el atardecer a través de las copas de los árboles...

-¡Entonces!, asumo que no tiene antecedentes de hipoacusia, ¿o sí? -me sorprendió.

-¿Hipo qué?... -Sordera, me interrumpe seca nuevamente, poniéndose de pie y tomando un instrumento que parecía una sonda.

-No, no... ¿sordera?, no... no que yo sepa -vacilé.

Introduce el utensilio en el oído de mi hija y esta rompe en llanto, asustada la miro y mi retoña se gira por la incomodidad. Cariñosa me dice que pierda cuidado, que puede ser molesto pero que no duele. Es normal que la pequeña llore, es algo extraño para ella.

De pronto entre lloros una tripa suena, analizo, ¡uf!, al menos no es la mía. En instantes una gran ventosidad, ponzoñosa y prolongada hace eco en la serenidad de esas cuatro paredes, porque no, ya ni sollozaba. Se trataba de su primera deposición, habíamos estado esperando ese momento. La otorrino atónita por la magnitud del estruendo retiró el artilugio, luego sonriente me dijo que estuviera tranquila, que esas cosas posaban, entretanto volvió a su cometido.

Hervían mis mejillas, transpiraba de nuevo, ahora por vergüenza de la hazaña de la diminuta heredera. En cuestión de segundos, otra extensa flatulencia, esta vez descomunal e inconmensurable. ¡Terminamos!, me dijo, mientras mi niña seguía pedorreándose cual sinfonía de Beethoven. La suciedad empezó a escurrir por sus delgadas piernas, no sabía cómo tomarla para no embarrarme. Me despedí y salí sosteniéndola como Rafiki a Simba, pero en vez de lucir un pulcro pecho blanco, pavoneé el churrete en mi vestido cano. Con la cara escarlata pedí auxilio al patitieso de mi pareja que no paraba de reír con el espectáculo montado. Percibí risitas en algunos espectadores, mas yo no podía sino pensar que en el enorme cargamento de enseres y ropa que traíamos no había siquiera una prenda para mí ¿por qué?, porque eso no sale en los manuales de madres primerizas.

Por Estefanía Hernández

© 2020 por Estefanía Hernández Martínez. Todos los derechos reservados.
Creado con Webnode
¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar