Tormenta
La tormenta rauda, veloz e implacable.
El océano se desborda, asciende y contornea
avasallando barcos y gabarras.
Furioso se despliega él
con su ira fastuosa,
¡ay de aquel que osa
en desafío atravesarlo!
Se llueven e inundan las carabelas,
caen y se pierden los marinos en su profundidad.
Indiferente es arriba o abajo,
todo se mueve al son del viento fatuo.
Ella,
es cólera,
es revelación,
ninguno puede intentar siquiera domarla,
no existe para seguir consejos de nadie,
ni para tener consideraciones.
Está ahí presente,
majestuosa potestad.
Todos sus actos son aciertos,
aunque con vidas acabe pues,
no es ella quien debe caer a tus pies,
sino tú, frente a su ostentoso poder.
Ella alza las aguas,
insignificante procedencia,
ya que toda sale,
sale naja.
Robusta,
incansable tempestad,
no hay nabab que le pueda gobernar,
su dinero no vale en la odisea de este espacio.
No me dirás a mi qué hacer,
soy feroz,
destrozadora de navíos,
cabalgata de gigantes trastornados.
Incauta,
reveladora,
asesina de socorros y
ahogos de ávidos hombres.
Indignada,
sin jineta,
soy holocausto beligerante,
cobrando por tanto menoscabo
y años de esclavitud.
No soy quien luce el nácar de su fondo,
soy espesa y oscura,
en mí jamás hallarás paz.
¡Porque no soy tú, mar!
¡Soy la tormenta sobre ti y más allá!
Por Estefanía Hernández