TERRA
TERRA
Una reescritura de Altazor
Polifonía poética anclada a la estructura de Altazor de Vicente Huidobro, centrada en el cómo sería en tiempos contemporáneos el viaje en paracaídas propuesto por el autor del siglo anterior. Esta obra da cuenta del aterrizaje tras los múltiples cambios y los nuevos paradigmas sociopolíticos de la globalización.
Prefacio
Nací a los treinta y un años, el día en que una ola perecía ante los ojos del cielo; nací en gibosa menguante, bajo la arena y el vaho de una noche fría.
Tenía yo un profundo dolor de túnel y de tractor viejo. Derramaba mares del pacífico sur, pues mi padre era de madera y tenía las manos carcomidas.
Un día dejé de amar. Un día, un día del mes de agosto, agosto de terroríficos eventos.
Mi madre quería como ella sola y como las luciérnagas cuando intentan amar fuera de su enjambre. Tenía cabellos color espiral y ojos llenos de praderas lejanas.
Una tarde cogí un paracaídas y pensé:
«El ave aterrizó sobre el prado de manzanillones». He ahí la vida que da luz a la semilla de esperanza como al caminante el último mendrugo en el bolsillo.
Mi madre tejía sus dolores al caer su sol... y ahora mi paracaídas cae de estación en estación recorriendo fisuras en los huesos.
El primer día encontré una mirada perdida en el espejo y me dijo:
«Si yo fuera una espiga de trigo no le temería al viento magallánico. ¡Dime!, ¿qué es lo que hay bajo tus glumas?».
Bebió de mis lágrimas llenas de recuerdos, me regaló tres caricias y media, y se alejó sin decir nada.
Bailando quedó el pañuelo sobre la mesa. Con él me pasé la tarde atrapando naves en el espacio, llenas de cicatrices y bemoles.
Encontré un lugar en el cajón para guardar mis miedos. En el fondo, todos los seres alados beben tinta.
De pronto, comenzaron a incendiarse, uno a uno, los papeles haciéndose jirones sin contestación. Junto a las cenizas, los últimos compromisos desaparecieron tras desmenuzarse las alteradas horas.
Entonces, oí hablar al colibrí, sin nombre, que guarece cálido en nuestros tímpanos; tan cálido como el copo de nieve que se derrite en la punta de la nariz. Hizo canciones con plumas que se volvieron arpas ligeras. Su canto iba de la mano del porvenir, y de la mano del porvenir, tiempos mejores.
De mis ojos escaparon rayos luminosos, recomponiendo los días. Satisfechos quedaron los deseos y placeres sin culpas.
Después fijé el rumbo hacia Selene, aquella que me vio nacer.
Después bebí un poco de vino a causa del clamor en mis venas.
Después pinté su boca con los labios de mi boca para aprisionar sus palabras que con elocuencia perforaban mi alma.
Froté mi lengua por su curvatura, aquella que el hombre aún no ha podido pisar.
Luego de eso no habló. Tuve que enseñarle a hablar nuevamente… a ella, a ella que navega en mi botella; desvía la mirada y se sumerge en mi mar para recibir una caricia.
Mi paracaídas empezó a caer vertiginosamente, tal es la fuerza con que jala esta realidad. Me recibió abierto el sepulcro.
Podéis creerlo, la tumba tiene más poder que los ojos de la amada. Porque la tumba no juzga, y esto he tenido que explicárselo… a ella, a ella que se cuela soltando monstruosas mariposas bajo mi falda.
Mi paracaídas se enredó en mi moral, seguí la ruta hacia los yermos y, aprovechando las noches de insomnio, comencé a introducir rosas en los agujeros de su ingratitud.
«Los verdaderos poemas andan por ahí prendiendo fuego.
» La poesía reclama su lugar golpeando cada puerta, de no abrirle, dejará dinteles sin soportes, raquíticos como penitentes.
» Debo escribir con la lengua y olvidar que alguna vez fui hambre.
» Cuatro minutos de espera, dejarán tres puertas abiertas, dos de ellas pedirán perdón.
» Un poema es la verdad pura.
» Un poema suele mentir para no ser.
» Un poema jamás fue tan cierto».
Hui por riachuelos escabulléndome entre la hiedra.
Si no me hubiera entregado a la cascada, no podría confiar en Selene y su locura.
Tomé mi paracaídas y en el borde del abismo me lancé una vez más hacia ella, fundiéndome en un suspiro.
Rodé sobre su piel de piedra, soñé y agonicé frente a una noche que no dio tregua.
Vino la virgen a quitarme las rosas, y me dijo:
«Mira mis manos; por acá pasó tu padre y ahora alumbro como luciérnaga.
» ¿Será que puedes guardar silencio?
» Mira a través de mí, respira el fulgor y déjalo ir.
» Soy la virgen, la virgen que ha logrado olvidar, la capitana de otras miles que a diario intentan componerse.
» Puedo ver lo que tramas; no permitiré que dañes a esa triste alma desierta.
» Tengo tanto consuelo para ti bajo mi almohada, lo he guardado desde tu infancia.
» Yo te ofrezco una posada junto a las golondrinas y verdad para que nutras tu poesía.
» Debo decir adiós y partir, pero ámame, y no a ella, juro enseñarte proezas aéreas.
» Ámame».
Acepté, y pude por fin escribir este poema. Mas tuve que reescribir a Huidobro, a quien por cierto doy las gracias, pues la virgen ofrecía promesas falsas. Se hizo pasar por restauradora de rosas blancas.
Y heme aquí, sola, como la garza en el pico de la montaña.
Ah, qué hermoso…, qué hermoso.
Veo la cruz de Selene, sus tesoros, sus andanzas, sus cicatrices y las mariposas enjauladas en su pantalón.
Veo, aunque sea de noche, en su mente mi figura.
Ah, ah, soy Terra, Altazor Segunda, devoradora de grandes poetas, no tengo reservas de tintes, mis dientes desentrañan términos ajenos, escupo vísceras y redundancias.
En la inmensidad de este paracaídas soy cuervo con sombrero de ala ancha.
Arrebato los ojos de otros planetas y cada lágrima sustenta vegetales en la periferia.
Lo veo todo, tengo el mapa del arquitecto, estoy navegando en los versos de este dios.
En fiebre he incubado mi delirio para llegar más allá de Whitman, franqueé su barba blanca para cruzar las siete puertas y sentir el vaivén de Selene en mi cintura.
El que haga oídos falsos no podrá oír la plegaria del colibrí, el encantador de mentes.
Aquel que ponga naranjas en su licor descubrirá la extensión de sus entrañas, escupirá dragones y aquellos fuegos embestirán los barcos encallados.
Aquel que deambule por estanterías empolvadas no podrá tocar el futuro con sus ojos.
Él, el dios llamado Huidobro, dio el primer salto; sus ánimos no decayeron. Incluso antes que Altazor, recorrió el mundo, también de polo a polo.
Convirtió en noches de descanso cada suspiro del agricultor, le quitó el asiento al otro dios y desde ahí regó campos con palabras caídas de su puño. Con su propio brazo comenzó la cosecha de espigas, calmando a poetas como yo, aquellos que tenemos ímpetu por vivir. Los párpados testigos permanecieron abiertamente fijos.
El tranquilo pastor sopla y eleva el vuelo de los pájaros, acepta mi tristeza y me deja llorar hasta inundar desiertos en meteoros distantes para que pueda volver a besar esa boca tinta, que goza y hace vendimias en mi ausencia.
Huidobro me dice:
«Llora, ella te espera, aunque pasen los años, el colibrí le canta al oído y le hace agitar melodías con los dedos en las cuerdas.
» Un día serás múltiples colores y cuajarás como cascada de pinceles en su mano; brillante, habitarás sus opalinas.
» Sé triste, aún más triste, para que las abejas puedan beber de tus mejillas, mientras tú y ella no puedan compartir sus azúcares.
» La vida es un viaje en paracaídas. No descansarás donde tú quieras caer.
» Te sumergirás en gargantas submarinas y te alzarás hacia las cumbres de las montañas donde me verás.
» Tú y ella se intoxicarán con éticos brebajes, derramarán un poco de su sangre. ¡Miserables las dos!
» Viajarán a cuestas con los perfumes de la muerte, olvidarán la senda de regreso y las visitarán otros dioses.
» ¿Habéis oído? Ese es el castigo.
» Mas abre tu alma, elévate, que por debajo de la boca pasará calma la tormenta.
» Mujer, sujeta tu paracaídas, disfruta del vértigo.
» Aprópiate de mí, haz -parasubidas- con tu equipaje.
» ¿Qué esperas?
» He fijado el secreto a tu sonrisa. Despliega ya tu paracaídas por el eje que no termina».
Canto I
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